La palabra desnuda o los secretos de la oralidad

La veía sentada en una roca, a orillas del mar, y me acercaba a escucharla. Embrujaba con su relato. Ella sabía tejer con palabras, sabía enredarnos en la voz como los antiguos griots o brujos de las tribus. No había necesidad de más. Me encantaba también escuchar los cuentos cuando mi madre cosía y me quedaba atrapado en la historia. Solo el monótono sonido de la máquina y la trama. No había necesidad de más.

Transité más tarde por la magia de lo escrito, conocí escritores y poéticas. Practiqué la escritura, el teatro, el ensayo… Aprendí artificios y técnicas, me sumergí en colores y en sonidos para averiguar los secretos del arte. Mas siempre germinaban los cuentos orales en mi interior. Siempre emergía la palabra como una reina dominante. Sola y desnuda creando la frase, la estructura, el esqueleto y la atmósfera del relato.

Aquellos narradores o narradoras de mi pueblo se habían clavado en mi cerebro para siempre. Quizá ahí estaba el secreto.

Ellos sabían que la palabra era el germen y la materia de lo narrado. No había más. Lo accesorio a veces mata, a veces deforma y envilece el producto.

Novalis, cuando hablaba de la poesía, decía que era un álgebra embrujada. Sí, es combinación y elección, es una estructura realizada como una operación aritmética que ha de dar un resultado exacto. La narración y la poesía se reducen a la belleza de un enunciado que despierta los sentimientos de quien lo escucha.

Juan Ramón Jiménez en uno de sus poemas decía: «¡Intelijencia, dame / el nombre exacto de las cosas!» No podemos construir esa estructura sin la palabra exacta, la esencial para el texto. No hay otra materia en la construcción de un texto que la palabra pues ella es la única que pertenece al campo de lo narrado. Así el lenguaje de lo literario ha de ser el lenguaje poético por excelencia. «Que mi palabra sea / la cosa misma, / creada por mi alma nuevamente.»

Lenguaje del arte ha de ser universal e inequívoco, pues la historia debe llegar al oyente intacta. Es un hecho comunicativo y el mensaje artístico debe ser inequívoco sin envolturas innecesarias ni excesos distorsionadores. Cada palabra es fundamental y debe combinarse con la otra como en una operación matemática. Elección y ritmo. Inteligencia y sensibilidad.

Son las palabras las que construyen la historia, las que la cincelan. Por ello hemos de escogerlas pensando que son ellas las que tejen el relato, el resto es superfluo. Desnudez como apuntaba Juan Ramón Jiménez para la poesía. Desnudez narrativa.

 

¡Intelijencia, dame

 el nombre exacto, y tuyo,

 y suyo, y mío, de las cosas!”

 (Eternidades, 1918)

El cuento es comunicación artística y como tal ha de estar regido por principios artísticos. Pensemos que el texto narrativo no es como el texto del teatro en el que confluyen más de trece signos fundamentes en la estética dramática. Sin ellos no se comprende lo que ocurre en escena. Cuando el narrador habla es palabra viva y desnuda. En ella y solo en ella está el color, la forma, el aroma o la brisa que mueve las hojas del árbol. Es su voz el arma que posee la palabra para hacerse sentimiento y sentido.

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