La educación dignificada

El día nueve de abril fue un día de extrañamientos, ensoñaciones y reconocimientos. Magia y emoción se unían en un acto en el que tuve el gran honor de participar. La fundación Fidal para el desarrollo de América latina me concedió el premio al reconocimiento de mi vida dedicada al Festival Internacional del Cuento de Los Silos y a mi compromiso con la animación lectora. Pero estas palabras introductoras sobre mi participación no quieren otra cosa que situar al posible lector ante la labor que la expresidenta del Ecuador Rosalía Arteaga, y su hermana Claudia Arteaga, dos mujeres que rebozan dinamismo, dos luchadoras quijotescas incansables, huracanes de emociones, llevan a cabo… Las dos dirigen esta fundación que tiene como uno de sus propósitos primordiales el de dignificar la enseñanza y al enseñante.
Alrededor de mil personas de aglomeraban en el Quórum San Francisco, en Cumbayá. Sones de música. Personalidades de las embajadas de numerosos países, representantes editoriales, miembros destacados de la comunidad educativa e intelectual. Cuidado en el protocolo, mimo en el trato, elegancia en la entrega de los premios, mezclado con rigor, exigencia en los proyectos y proyección del maestro hacia la internacionalización, hacia la investigación, impulsando su trabajo.
Becas de estudio, estadías en universidades extranjeras, intercambio de experiencias.
Cansado de escuchar malas noticias sobre la enseñanza, de informes PISA con sus evaluaciones de la OCDE que abaten al trabajador del aula, hastiado de críticas callejeras, o políticos que desprestigian, sentí que un hálito de esperanza volvía a vibrar en mí. He vuelto a creer que es posible trabajar desde otros parámetros. Si damos aliento, si premiamos iniciativas, si incitamos a mejorar estamos poniendo los cimientos de otra manera de enseñar. Si creamos maestros seguros y felices estaremos poniendo las bases de una docencia más eficaz. No podemos ceñirnos sólo a las normas, a los estudios oficiales, a los intereses partidistas en los que se apoyan las administraciones para aprobar o desaprobar el trabajo de los enseñantes.
Rosalía Arteaga, apoyándose en un jurado internacional con miembros de probado prestigio en el mundo educativo, investigador e intelectual, apoya una enseñanza desde la libertad, donde lo que priva es la calidad no la ideología que marca la ley dictada por un determinado juego político. El enseñante ha de saber transgredir la norma para desatar la creatividad en el aula, para hacer que los alumnos se eleven de la ramplona realidad que nos rodea.
El día nueve recordé a Don Sebastián, mi primer maestro, que en la oscura España franquista sabía transgredir la norma del maestro aburrido e impositivo. Yo tenía cinco años y aprendí a soñar con él, aprendí que aprender no es aburrido. Él quitaba pupitres y paseamos en la destartalada escuela por países de ensueño. Me enseñó que la realidad también está en la fantasía. Quizá él sabía, como decía Einstein, que si quieres llegar al pensamiento científico has
de aprender a soñar con los cuentos y los mitos. Imaginé a Don Sebastián recibiendo el premio que ahora me entregaban a mí.
Gracias Rosalía porque tú también sabes crear mundos de ensueño para el enseñante, porque tú sabes que es posible la lucha contra molinos de viento y nos enseñas que no sólo desde el estado o la palestra política se hacen cambios. Las grandes renovaciones sociales, las verdaderas revoluciones las hacemos si creamos niños y niñas con un pensamiento libre, con ansias de saber, de crear, de crecer.

Ernesto Rguez Abad

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