El viaje de la palabra
Reflexiones sobre el Festival del Cuento de Los Silos
Nínive lejana y misteriosa. El palacio del rey Asurbanipal se levantaba poderoso en medio de las murallas ocres como un símbolo de la fortaleza del soberano. Amaba el poder y la lectura. En las estancias silenciosas construyó una de las primeras bibliotecas del mundo. Reunió entre sus muros mas de veinte y cinco mil tablillas de arcilla escritas en sumerio o acadio. En ellas se relataban epopeyas increíbles y fantásticas. Se hablaba de los dioses. Se contaban hechos antiguos que desvelaban la creación de la tierra y los misterios de la humanidad. Los hombres y las mujeres estaban aprendiendo que las palabras tenían poder, hacían pensar, sentir.
Nacía el deseo de volar. «Todo lo que tiene alas está fuera del alcance de las leyes”, aseguraba más tarde el escritor Eduardo Jordá. El que escucha o le experimenta cierta extrañeza ante el poder de la palabra, no exenta de perplejidad. Las alas nos otorgan la capacidad de alejarnos, de transitar por espacios que no admiten muros, normas, fronteras.
El reino del aire es el país de los sueños, de los imposibles, de las quimeras. Soñamos si tenemos la capacidad de poner alas a las palabras. Solo así se ha podido llegar a los mundos ideales que estaban vedados a los mortales. Son los elegidos los que llegan al país de Nunca Jamás. La relación con seres del aire siempre fue mirada con extrañamiento o recelo por quienes solo saben poner cadenas a los pies. La lectura es una de las maneras de hacer libre el pensamiento.
Toda persona necesita forjar su yo a partir del viaje iniciático. Los buenos textos nos proponen un viaje imaginario que parte de nuestro mundo cercano para llegar hasta las zonas más simbólicas y peligrosas. Una persona no se puede construir sin iniciarse en el conocimiento del mundo. El tránsito de la infancia a la vida adulta pasa por conocer lo externo, lo que está lejos y es intocable. Leer es un viaje, escuchar es perdernos en el bosque de los sueños. El relato, ya sea oral o escrito, nos lleva a buscar soluciones a nuestras preguntas, nos hace transitar por las zonas desconocidas e inexploradas de nuestro yo.
Miguel Hernández nos habla en un íntimo poema de las heridas que nos adentran en la esencia de lo humano.
Llegó con tres heridas: la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.
Con tres heridas viene: la de la vida,
la del amor,
la de la muerte.
Con tres heridas yo: la de la vida,
la de la muerte,
la del amor.
Eternas búsquedas, incansables viajes. Somos heridas de amor, muerte y vida. Somos palabras que buscan en un viaje incansable por el bosque de las lecturas. Como decía Graciela Cabal: “Leer es perderse en el bosque y no encontrar el camino de regreso”. Y en su penumbra, por la que vagaron los héroes de los relatos más fantásticos y sorprendentes, nos hemos perdido descubriendo esas heridas detrás de cada árbol, entre las yerbas o los contraluces del sol y las sombras que somos cada uno.
En el bosque de los sentimientos, pasiones y preguntas, en el viaje eterno solo hay una luz que vigila: la fantasía, la creatividad. Es la imaginación la única herramienta que poseen los seres humanos para ser libres y para conocer el universo. Sin ella no podremos jamás llegar a nuestra isla, a ese universo al que nos llevan Peter Pan o Alicia, a ese lugar llamado mundo de las sombras y las magias, donde somos únicos, donde podemos encontrar los cuentos que hablan de nosotros mismos, que nos abren las ventanas por las que huir y descubrir los mundos interiores. Veinte años luchando y aún con ideas para continuar: ¿Cuál es la razón? Creo en la palabra y el poder que nos otorga cuando la usamos para crear, para pensar, para sentir. Beodo de las historias recibidas en el XX edición de un festival que llevo en las entrañas he querido plasmar la razón que me impulsa a trabajar incansablemente en una única idea: la de hacer que los seres humanos disfruten de la libertad que otorga la palabra cuando tiene alas.
Ernesto Rguez. Abad