Escribir ¿para Quién?

Escribir para niños y jóvenes ha sido, y sigue siendo, considerado por algunos teóricos, intelectuales y mediadores como algo menor dentro de lo literario. Como apunta acertadamente la escritora y teórica argentina Graciela Cabal en su libro Mujercitas ¿eran las de antes? para estas mentes cerradas la escritura para niños “es cosa de mujeres, aunque la firmen hombres”. Con frases como esta lo único que demuestran es, además de un concepto machista y pobre del mundo, un desconocimiento de las grandes obras de la LIJ y de la dificultad de abordar una literatura que además de calidad tiene especificidades complejas.

Peter Pan, la Sirenita, Hansel, Alicia, Gretel o tantos héroes y heroínas de cuentos orales y libros nos han llevado a un mundo en el que lo soñado explica la realidad. Gracias a ellos hemos podido forjarnos un imaginario propio y libre del mundo.

Por otra parte la escritora y teórica de Brasil Marina Colasanti en su artículo “La culpa es de los sofistas” reflexiona acerca del vínculo entre la literatura para niños y la ética: “La función de la literatura no está en el refuerzo de las instituciones, ni en la reproducción de los patrones morales vigentes. La literatura se vivifica y encuentra su función justamente en la crítica, en la deconstrucción simbólica, en la constante búsqueda del perfeccionamiento y crecimiento social”

Es la LIJ un lugar de inquietudes, de desvelos, de encuentros con la realidad y con un universo simbólico que en la infancia y la juventud necesitamos para recomponer, comprender y analizar el mundo. Los textos han de sugerir, cautivar, seducir y conmover a quien los lee.

Se pide que la literatura sea transversal, útil, que ayude, que esté llena de valores, que sirva para educar. Se habla de libros políticamente correctos, con un léxico y conceptos adecuados a morales y normas imperantes en momentos concretos de la historia y la evolución social.

Se olvidan que la literatura, y también la dedicada a los niños y niñas, es convulsión, transgresión, pathos…

Los libros son un bosque simbólico en el que debemos perdernos sin miedo a no encontrar con la lógica el camino de regreso a la realidad.

No reduzcamos ese mundo maravilloso que la verdadera literatura ofrece a la infancia. No castremos las palabras. Literatura y libertad siempre deben ir unidas, tanto para quien escribe como para quien lee.

 

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