Tiempos silenciados
Tedio. Buscaba la palabra. A veces es difícil encontrar el término exacto. No, a veces es difícil pensar con precisión. Vivimos en un mundo de cambalaches y parodias, de pendencias y mentiras, de imposturas e impostores.
Tedio. Sí, esa es la sensación ante tanto telediario, artículo de prensa o tertulia. Lo que empezó siendo una sensación de rebeldía, de lucha, de rabia se convierte en hastío. Ya no causa sensación otra noticia de corrupción. Una más y ¿qué pasa? Nada.
Sólo servirá para que más contertulianos ganen sus honorarios en los programas de análisis político. Caras repetidas que saben de todo, que se sientan en sillones de la sabiduría y que se sitúan más allá del bien y del mal. Elucubraciones sobre los corruptos, sobre el devenir nacional, sobre las finanzas mundiales. Asco.
Ya no sé qué pensar. Estoy aturdido ante tantos delincuentes que gestionan mi vida. Gentes sin moral ni honestidad que promulgan leyes, normas y que los medios convierten en famosos.
Tedio. Esa sensación que nos envuelve en una neblina espesa. Estamos cansados de ser testigos de una noticia que ya no parece nueva. Repetidos casos de corrupción. Más despojos a una sociedad que está herida. Estamos perdiendo la capacidad de asombro, de asco, de cabreo. Eso es lo peligroso. Parece que es normal que cada día copen la prensa nuevos casos de corruptos en la política y la vida pública.
¿Será esta la esencia de nuestro pueblo? Cómo en el Lazarillo de Tormes, nos damos a la picaresca y al engaño sin pensar en nada ni en nadie. ¿Somos acaso un reflejo de lo que presenta este texto clásico?
Y levanto la cabeza del papel en el que escribo y la televisión me informa de otra hornada de imputados que está saliendo del horno. Ya casi ni la oigo. El desinterés por los delincuentes de alto rango hace mella en mí.
Sigo teniendo cierta simpatía por el ladronzuelo que se dedica a sisar para poder vivir, por el que roba para mantener a una familia, por la que delinque agobiada por el paro… A ellos sí que les cae el peso de ley con contundencia. Y, además, siguen siendo anónimos, grises… No son portada de la prensa ni ascienden a la categoría de personajillos públicos… Son pueblo, nada más. Ellos son los que tienen que consumir para mantener a los zánganos de esta sociedad. El mundo que los ha excluido. Ellos no son importantes para analizar su situación en programas de televisión, en páginas de periódicos. Siguen siendo grises, invisibles, en una sociedad diseñada por y para los poderosos. Analizada desde el punto de vista de los poderosos.
No se puede tener ilusión en un país en el que se pierden puestos de trabajo y crecen los casos de pillaje. No se puede sonreír en un pueblo en el que se habla constantemente de corruptos, no de grandes ideas, de conceptos, de progreso.
Tedio. Eso es lo peor. El pueblo está asqueado. Pero no reacciona, pues el desánimo inunda el espíritu. El descrédito campea entre las copas de los bares. La desilusión aflora en los jardines, la desidia anida en las miradas…
Mientras ellos, los poderosos, los famosos y políticos siguen jugando su partida en tablero de ajedrez podrido.
A los otros sólo nos queda la mezquindad, la mediocridad y una rabia escondida en algún rincón del espíritu.
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