¿Tristeza o rebeldía?
Hay una nube en el centro de mi pecho. Así podría empezar un relato o arrancar el primer verso de un poema. Es algo extraño, algo que va inundándonos poco a poco. Se diría de una especie de suspiro amargo que nos enturbia la vista y el gusto. Es la tristeza. Si, es esa especie de enemiga que nos hace sentir que un sentimiento incómodo y pesado habita en nuestro pecho, que algo se atraganta en la garganta, que un regusto acre, avinagrado amarga las palabras en los labios.
Y siento el cuerpo pesado. Me parece que sale de una angustiosa pesadilla. Me duelen los músculos como si emergiera de una batalla feroz con dragones y monstruos. Me duele el aire que respiro y ya casi he decidido no sentir. Y tengo ganas de gritar los versos de Rubén Darío:
Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura, porque ésa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido, y un futuro terror…
Me inundan de pesimismo. Me atosiga una sensación de desesperanza que aturde. Creía que tocaríamos fondo y que podíamos salir a flote. Pero el fondo es lejano y cada día el lodazal en que se ha convertido este mundo es mayor. Una nueva noticia sucia supera a la anterior. Una sensación de mundo surreal me invade.
Pero no me resigno a que sea la tristeza la donación que nos hacen nuestros mandatarios. Tenemos necesidad de grandes líderes en los cargos públicos. Es urgente que volvamos a creer en el ser humano. Un país no se puede construir sobre la tristeza. Son esos pilares de barro. Un pueblo se construye sobre la búsqueda de ideales, sobre la igualdad, la tolerancia, la dignificación de cada uno de los habitantes de esa sociedad. La política ha de ocuparse de estos menesteres. Los políticos no pueden convertir algo tan necesario como la política en una función de opereta cuyo conflicto es la simple lucha por el poder. No se puede gobernar un país si el objetivo primordial es obtener poder, gobernar a costa de cualquier precio, ganar la carrera. La política no es mediocre, ni falsa, ni corrupta… La convierten en sucia los hombres y mujeres que se disfrazan de políticos sin serlo, que la usan para sus fines o para los fines de los suyos.
Estoy triste, sí. No puedo soportar que nos llenen de capítulos de folletines baratos y grotescos todos los noticieros.
La justicia debe estar en su sitio y actuar con rapidez, con contundencia sobre los deshonestos, sobre los corruptos. Los políticos deben hacer política. Gobernar escuchándose, debatir sin la finalidad de lograr un voto, contrastar ideas con el fin de llegar a construir mundos maravillosos para vivirlos.
Hacer política no es beneficiar a los adeptos o votantes de cada opción. Hacer política es mejorar este mundo, luchar por el cuidado del planeta, por la erradicación del hambre, de la miseria, por la igualdad, por la libertad, por la educación digna, por la cultura… ¿Es que tenemos que recordar a los que hacen política conceptos tan básicos? Hacer política no es ganar un torneo, es dialogar para llegar a acuerdos, no es agarrar el poder, es administrar el poder que el pueblo otorga a los que ostentan un cargo.
Hacer política es hacer que un pueblo sea feliz. ¿Qué otra cosa es más importante en el momento vivido? Tenemos que luchar por cada segundo en la tierra.
Y la tristeza no es la mejor de las aliadas para combatir. La tristeza nos sumerge en la inactividad, nos adocena, nos atolondra.
Pero no podemos dejarnos vencer. Cada minuto, cada segundo vivido ha de ser inmenso, ha de ser congruente y lleno de propósitos. Como decía Rudyard Kipling:
Si puedes hablar con la multitud y perseverar en la virtud,
O caminar junto a reyes sin perder tu sentido común;
Si ni los enemigos ni los buenos amigos pueden dañarte;
Si todos los hombres cuentan contigo pero ninguno demasiado;
Si puedes llenar el preciso minuto
Con sesenta segundos de un esfuerzo supremo,
Tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella,
Y, lo que es más, serás un Hombre, ¡hijo mío!
Los días venideros han de ser resplandecientes, han de colmarnos de sonrisas, han de llenarnos de esperanzas. Los días que están por llegar son una quimera. Caminemos hacia ellos. Espero que así sea.