Carbón, códigos de barra y pins

Recuerdo con diáfana nitidez la mañana en que mi abuelo me llevó a las carboneras. Fue un viaje mágico a un mundo de imágenes perdidas en el recuerdo. Me parecía estar en otro tiempo y en otro lugar. Cúmulos de tierra humeantes y gente dicharachera que llenaba de chascarrillos, risas y donaires el bosque silencioso. Siempre la palabra haciendo más humana la vida.

Ha pasado tiempo y aún este recuerdo me trae sabores y olores de la tierra, de la vida.

Hace unas semanas había decidido hacer una chuleta al carbón en mi pequeña barbacoa casera y mientras avivaba el fuego recordé aquellos tiempos en los que había un lugar para la dicha, en los que el placer se saboreaba como una carne a la brasa: despacio, con una sonrisa en los labios y, en los ojos, chispeando la conversación.

El otro día, en la mesa de al lado, en un restaurante de la capital, había dos jóvenes, casi adolescentes. No hablaban. Apenas tenían tiempo para mirarse. Aunque se notaba que estaban enamorados no tenían la apetencia o la necesidad de comunicarse, de tocarse, de decirse palabras. Mandaban mensajes desde sus móviles de última generación. La rapidez de sus dedos denotaban que eran expertos mensajistas de whassap. Los observé durante un rato. Levantaban apenas vista, mas un gesto mínimo delató al muchacho. Estaba enviando a la muchacha un mensaje enamorado. Ella sonrió inclinada sobre el mínimo teclado. Respondió con otro mensaje.

Pensé: ¿No será más fácil mirarse a la cara, ver el brillo de los ojos, sonreír y decir unas palabras llenas de tonalidades?
Qué extraño resulta a veces el comportamiento de los humanos. Aquella frase dio una vuelta por el espacio sideral antes de llegar al extremo de la mesa. ¡Qué fácil hubiese sigo decir algo agarrados de la mano!. El mundo ha cambiado y tenemos que adaptarnos pero no podemos nunca perder la esencia de lo verdaderamente humano. Ver una flor y respirar su aroma, pero sin que tenga código de barras en el tallo. Sentir el aire en la cara viendo un atardecer, no accediendo a través de un código QR a una web fría. Escribir sobre una hoja de papel sin antes tener que introducir un código. Sentir, decir, oír.

Los medios están a nuestra disposición, no somos los usuarios los esclavos de esos medios.

Envuelto en la gasa fina de los olores, aparté la chuleta y se senté a la mesa. No sé por qué aquel momento me rememoró el paraíso. Imaginé a Eva caminando hacia a Adán para seducirlo, con la manzana sedosa en la mano, rodeada de fragancias, con los labios jugosos. Avanzaba como, una diva del celuloide. Él no estaba en el prado en el que siempre dormía la siesta. Ella, ansiosa, intentaba enviarle un whassap, pero había olvidado el Pin de su iPhone, además no encontraba la máquina lectora para pasar el código de barras de la manzana…

Se le quitaron las ganas de seducirlo. ¿Qué hubiese pasado con la humanidad?

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