Palabras de lluvia

La lluvia cae intensa. Su ruido de cristal me envuelve y la resaca de palabras se desvanece. El fulgor de los rayos y el estruendo del trueno me sacan de mi ensimismamiento literario. Días de cuentos bullen dentro de mi. El Festival cerró sus puertas y abrió los corazones de muchos espectadores, alumnos y visitantes. Esa es nuestra misión: abrir la mente al mundo del arte.

Es complicado hablar de literatura y sentimientos en el mundo actual. Es difícil hacer entender que no todo todo tiene que ser rentable. En una sociedad que se mercantiliza es difícil vender palabras por sonrisas. No todo se puede medir en el mismo barómetro. Hay un mundo imperceptible de sensaciones, de emociones veladas, de miradas y de insinuaciones. Ese es el mundo real, pero no lo vemos.

Los Silos de diciembre no existe. Sólo es una idea que creamos los que jugamos con las palabras.

El pueblo real deambula abúlico todo el año hacia diciembre donde en su misma geografía emerge otro pueblo de fantasías y deseos.

La lluvia persiste. Tantos años de palabras se acumulan en mi mente. Apabullan y divierten a un tiempo. Me siento un Peter Pan que descubre eternamente su isla de Nunca Jamás. Descubro en las gotas de lluvia historias y relatos, versos y poemas. Entiendo que la ficción es más real que lo cotidiano. Veo el pueblo ideal, de palabras y sueños, creado por la imaginación de tantos y tantos espectadores y narradores a lo largo de dieciocho años. Está frente a mi, más tangible que el papel en el que escribo, más ardiente que el deseo.

El resplandor de un rayo lo ilumina.

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